El padre de Wallander ha fallecido

In memoriam Henning Mankell 03/II/1948-05/X/2015

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La rentrée littéraire

La «rentrée littéraire» es un fenómeno comercial/cultural típico en Francia. Su nombre evoca la «reentrada», como en el colegio después de las vacaciones de verano. Y es que aquí el asunto de las vacaciones sigue siendo sagrado, en Agosto París se convierte en una ciudad fantasma, todo el mundo lo sabe y es incluso un lugar común que aparece en canciones y libros. El otro día un turista británico me preguntaba que qué pasaba en la ciudad en Agosto. Cuando le expliqué que -aparte de los que tienen necesidad de trabajar- todo el mundo procura irse de vacaciones, al sur, a las playas de Normandía, a la montaña o cualquier lado fuera de París, él me dijo que antes de la Tatcher eso mismo ocurría en Londres, pero ya no.

Así pues, para finales de Agosto las librerías se llenan de montañas de libros con nuevos títulos, las revistas y los periódicos tienen especiales que proponen algunos de ellos, normalmente aquellos de las grandes casas editoriales, las cuales también monopolizan los grandes premios literarios que vienen más tarde.

Sobra decir que una buena parte de esos libros, los cuales permancen en librería unas cuantas semanas, terminan siendo reciclados y sobra también decir que de los títulos solo unos pocos sobreviven a dicha reentrada y muchos menos trascienden.

La parte interesante -aparte del fenómeno puramente comercial- es el interés de los franceses por la literatura. En efecto, el hecho mismo que sea un fenómeno comercial indica que hay un interés constante de consumo por obras nuevas.

Al margen de lo que llene las librerías en estos días, descubrir un libro nuevo y que además ocupe nuestro interés e imaginación, aunque sea para aprovechar el tiempo en el transporte público, es ya un suceso digno de mención.

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En el comienzo

Bien, pues volver a comenzar es un asunto siempre complicado y uno corre el riesgo de quedarse en la transición. Los bitácoras (o blogs) son cuestión de consistencia y disciplina, ésta última en el sentido de dedicar tiempo regularmente para sentarse a escribir, y sobretodo, pensar qué escribir.
En un mundo en el cual las mal llamadas «redes sociales» consumen no sólo la interacción social verdadera sino también la vida de sus usuarios, por no hablar de eliminar su vida privada, en ese mundo escribir e incluso leer más de dos líneas puede ser un acto de rebeldía interior, y sí, así de mal veo las cosas.
Acabo de regresar de Madrid con varios kilos de libros nuevos en la maleta y sin embargo debo decir que he vuelto bastante decepcionado. Como cada vez que paso por España, procuro darme una vuelta por las librerías para ver las novedades. La Casa del Libro solía ser una buena opción en cuestiones generales, recuerdo haber encontrado un muy buen libro de Hans Küng la primera vez que visité la sucursal de la Gran Vía, y en otra ocasión haber comprado mi primer libro de Asimov en la librería en Fuencarral.
A los libros en castellano recurro especialmente en ciertas circunstancias:
1) Cuando el autor ha escrito originalmente en castellano, lo cual es perfectamente obvio.
2) Cuando la obra ha sido escrita en un idioma que no puedo leer cómodamente y existen buenas traducciones en castellano. Ejemplo claro, los autores rusos o los clásicos grcolatinos.
3) Cuando la traducción tiene mérito por si misma: Las Memorias de Adriano traducidas por Cortázar, por ejemplo;
4) O simplemente cuando el mérito de la traducción radica en facilitarme la vida: Leer el Ulysses de Joyce en inglés es francamente osado. La otra opción es que la copia en castellano esté más a la mano que el original.

De todo lo anterior, mi última visita a la Casa del Libro de la Gran Vía me dejó poco satisfecho:
El especial de literatura policiaca que publicó Marianne en marzo está dedicado en buena parte a la literatura negra latinoamericana, así que por lo expuesto en el punto 1, llegué a la librería con mi ejemplar del Hors-série preguntando por autores de aquellas latitudes, especialmente argentinos y un par de mexicanos. Pues nada, casi por accidente encontré El Jardín de Bronce de Gustavo Malajovich y nada más. Al final salí de ahí con La Pirámide de Hennig Mankell (por la razón 2), un libro de Jordi Soler, que no era el que buscaba y Pesadilla con aire acondicionado de Henry Miller que acaba de ser traducido con 60 años de retraso y acerca del cual acababa de leer un articulo, precisamente de J.Soler (eso entonces lo ponía en la categoría 3 o 4).
La sección de Ciencia ficción da tristeza y la de los clásicos grecolatinos más.
Cabe destacar que la minúscula librería dentro de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense me dejó mucho más satisfecho pues cumple decentemente con su objetivo en ciencias humanas.

El reto ahora es terminar de leer los libros y tener la disciplina de venir a éste sitio a comentarlos.

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